Reflexión personal: Diego Adrián Fernández
Durante un par de horas de la tarde de hoy, miércoles 25 de Mayo, aprovechamos con mi pareja para caminar por el Parque Centenario (Barrio de Caballito).
Recorrimos sus senderos, rodeamos su lago – sucio en uno de sus rincones – observamos un entretenido espectáculo callejero infantil y nos sumergimos en los históricos puestos de libros que bordean el sector sobre la avenida Leopoldo Marechal.
Un paseo común y corriente para un día feriado tan lindo como el que vivimos aquí, en la Ciudad de Buenos Aires.
Tal vez «pequé» de observador. No voy a negar que me llamaba (un poco) la atención notar que pocas escarapelas adornaban camperas, buzos y remeras. Entiendo. No voy a ser hipócrita. Sea por olvido, apuro o por mera “fiaca”, en fechas patrias, en varios casos, yo también omití darle ese toque patriótico, por así decirlo, a mi vestimenta.
De todos modos, otra fue la postal que me atrapó, y no por su belleza. Todo lo contrario.
No puedo evitarlo: siempre que paso por un mástil huérfano – es decir, sin bandera que flamee en su punta más alta – lo observo y pienso: ¿Cuánto cuesta poner una bandera y reemplazarla de tanto en tanto? ¿Tan difícil es? ¿Tan caro o complicado el proceso de atar e izar?
Naturalmente, esta responsabilidad no cae directamente sobre los vecinos cercanos al mástil. No caeré en la simpleza de echar culpas o tratar de otorgar responsabilidades. Podría. Pero el fin de esta reflexión es otro.
Tal vez para algunos sea una pavada, un detalle sin demasiada importancia. Incluso no me sorprendería conocer opiniones que refieran a un “patriotismo falso”, “demagogo” o conceptos similares.
Cada uno pensará lo que guste. Simplemente creo que, sin escudarme en partidismos ni ideologías, ver nuestros colores elevándose al cielo, decorar un balcón o una puerta, y sobre nuestro pecho, debe ser la expresión más básica, sencilla y elemental de demostrar el amor por nuestros colores. Nadie pide pintar nuestras habitaciones, rostros o veredas con el celeste y el blanco, ni saber todo sobre nuestra historia.
Reitero: Creo que mostrar nuestros colores es la expresión más básica y sencilla de amor por nuestro pais. Simple.
Esta sensación se potencia en una fecha como la de hoy, cuando celebramos uno de los sucesos más importantes de nuestra historia. Se supone que esta ocasión amerita que un mástil, un simple mástil, tenga su bandera.
Solo caminé por el Parque Centenario. Pocas son las veces que vi el celeste y blanco flamear hacia el cielo. Soy vecino. Lo sé. ¿Pasará en otros barrios con otros mástiles? Lamentablemente, sospecho que sí.
Pero hoy, 25 de mayo de 2016, a 206 años de la Revolución de 1810, ese mástil de Parque Centenario estaba vacío. Y eso, para mí, es un reflejo, un símbolo.